Estamos sumergidos en una crisis económica que
afecta a todos los niveles de nuestras vidas; el trabajo, la educación y, entre
otros muchos, la sanidad.
Ésta se está convirtiendo en un negocio, controlada
por farmacias y por el Estado. La situación económica se refleja en una
profunda crisis del sistema sanitario. Todo lo mueve el dinero; estamos
comerciando con nuestra salud.
Un ejemplo de esta situación es que, hasta
septiembre, el servicio de sanidad en España era universal para todo aquel que
precisara de atención médica. Desde el día uno del mismo mes, dejaron de
atender a sin-papeles a no ser que corrieran riesgo de muerte. Es decir, que
los inmigrantes ilegales que precisaran de antibióticos, que tuvieran
enfermedades venéreas o, incluso enfermedades mortales como el cáncer, no podrían
ser atendidos a menos que formalizasen su situación.
Desde ese día uno, el respeto a la vida, el derecho
a una atención médica, les está siendo negado por el simple hecho de no tener
documentación y, de lo que más les importa, de no pagar impuestos.
De la misma manera en que restringen el tratamiento,
están restando las ayudas para adquirir medicamentos. Antes, éstos eran
totalmente gratis para los que no tenían trabajo y los que estaban jubilados;
hoy en día han de cofinanciar la compra.
La sociedad, hasta entonces, llegaba a abusar de
ciertos fármacos, aprovechándose de la gratuidad de éstos. Debilitaban así las
arcas del estado con la excesiva demanda, en vez de poner en práctica la virtud
aristotélica del término medio, y requerir sólo lo necesario.
Al retirarse las ayudas para la adquisición, la población se plantea incluso el uso de
ciertos medicamentos, puesto que ya no se pueden hacer cargo de la cantidad que
normalmente demandaban. Pretenden rechazar así el uso de medicinas básicas, pero
de gran importancia.
Otro ejemplo del abuso de la población es la
hiperdemanda de atención médica.
Aumentan la verdadera importancia de sus problemas para ser atendidos
rápidamente; esto satura las listas de espera, ralentizando el sistema, y
haciendo esperar meses y meses para ser tratados a personas que realmente lo
necesitan.
Este exceso de atención desemboca en las llamadas
“enfermedades imaginarias”. Son procesos naturales de la vida, que al ser
medicalizados ante la insistencia del paciente,
pierden su aspecto natural para ser vistos como una enfermedad a tratar.
Un ejemplo de éstas son la menopausia y la osteoporosis. En la mayoría de
casos, estas dolencias son tratadas con placebos, suponiendo de nuevo un gasto
para el Estado.
El requerir atenciones ante estas banalidades y el
procurarlas, solo crea una tolerancia cero a la frustración en las personas,
puesto que les es dado aquello que pedían, aun sin ser necesario, y esta
intolerancia es extrapolada a otras situaciones de la vida.
En definitiva, el juego en el que están convirtiendo
el sistema sanitario no beneficia a nadie, mas que a los que mueven los hilos
del país.
La salud está en peligro y parece no importarle a
nadie. No somos capaces de ver que todos, todos, hemos puesto de nuestra ayuda
para crear esta situación.
Porque, al fin y al cabo, todo lo mueve el dinero y estamos comerciando con nuestra salud.
Porque, al fin y al cabo, todo lo mueve el dinero y estamos comerciando con nuestra salud.